El arte de contar historias es milenario; a través de este, pasan de generación en generación los relatos que se transforman en transmisores de enseñanzas, guardianes de un invaluable acervo cultural y sabiduría popular.
Nuestra autora invitada Aldana Tenaglia, comunicadora especializada en infancia y apasionada cuentacuentos, te invita a descubrir el inmenso valor de la palabra en forma de relato y, en particular, de los Cuentos Filosóficos.
Había una vez…
Es un mantra que sigue funcionando en la actualidad. No hay oído pequeño o grande que se resista a viajar cuando alguien nos cuenta una buena historia en el lugar y momento apropiados. Y si lo que escuchamos es un cuento filosófico –de esos que condensan sabiduría humana atemporal- no sólo disfrutamos la belleza de la palabra dicha como un arrullo sino que nutrimos nuestro Ser esencial.
¿De dónde vienen esos cuentos? ¿Dónde encontrarlos hoy? ¿Qué aportan a quienes los escuchan? ¿Cómo transmitírselos a los niños para enriquecer su experiencia vital?
También te puede interesar:
Itijasa, algo que ocurrió en algún momento
Esta es la fórmula que usan en India para empezar un relato. Es también un género en sí mismo, donde entran historias épicas como el Ramayana y el Mahabharata (que contiene el famoso Canto del Señor, el Bhagavad Gita).
Itijasa -algo que ocurrió en algún momento- no refiere a un pasado remoto sino que se actualiza cada vez que uno cuenta y otro escucha. India en particular y Oriente en general, son la cuna de los llamados cuentos filosóficos o de sabiduría. Algunos, pensados con la expresa intención de brindar el conocimiento sobre el alma humana en un formato accesible. Otros, surgidos de la sabiduría popular y luego recopilados.
Existen en todas las tradiciones y culturas: están tanto en los textos sagrados de India como en la Biblia, el Popol Vuh de los maya quiché, los cuentos sufíes, zen, taoístas, judíos o celtas, las leyendas y mitos del origen de los distintos pueblos originarios de América y el mundo. Más cerca en el tiempo, se pueden encontrar incluso en relatos de autor conocido, como las fábulas de animales y libros como el Martín Fierro (recientemente traducido al bengalí, la segunda lengua más hablada en India después del hindi).
Un rey ciego, una ciudad perdida
La epopeya del Mahabharata cuenta la historia de cinco hermanos que tienen que recuperar la ciudad de Hastinapura, perdida frente a un tramposo rey ciego. En esa aparente sencillez, los cuentos no sólo nos permiten ampliar nuestra mirada y buscar alternativas para resolver las encrucijadas de la vida (como cuando una niña se escapa astutamente de un ogro o David enfrenta al gigante Goliat) sino que son espejos de los diversos aspectos de nuestra personalidad, nuestras aspiraciones y dudas, nuestras luces y sombras.
Como dice el investigador Édouard Brasey en Encuentre su verdad en los cuentos de sabiduría (Ed. Edaf) “somos una y otra vez los personajes de los cuentos: el rey, el héroe, el hada, la princesa, la bruja, el ogro, el dragón, el gato que habla o la rana que se metamorfosea; y también el sabio errante, el huérfano abandonado, el tirano implacable, el pájaro de la verdad, el genio escondido en la botella e, incluso, el diablo. Pero también el cuento es el mundo, cuando toma la apariencia de un desierto árido, de un lujurioso jardín, de un bosque sombrío, de un palacio maravilloso, de un camino sembrado de trampas o de un río que sigue su curso tranquilamente”.
Las historias son un universo secreto de los símbolos y arquetipos de nuestra psiquis más profunda y, al hablarnos metafóricamente, estamos mejor predispuestos a escuchar lo que tienen para enseñarnos. Entran por la vía intuitiva, conjugando ambos hemisferios del cerebro.
¿Qué aportan a los niños que las escuchan?
Si hiciéramos un ejercicio de relajación y evocación de quién nos contaba cuentos cuando éramos pequeños, llegaríamos con emoción a la voz de la persona que nos narraba, sus gestos, el lugar, los olores, sabores e historias que contaba. Esos relatos son parte nuestra y quedaron tan fuertemente registrados porque en la primera infancia (cuando aún no tenemos mucha información en la mente) las historias se escuchan y viven con más intensidad.
Los cuentos en general -cuando son contados sin intención moralizante ni bajando línea- tranquilizan a los niños y les dan alivio porque van poniendo en palabras sensaciones y experiencias que ellos ya transitan, pero para las cuales aún no tienen lenguaje suficiente. Además de ayudarles a ampliar el vocabulario, en un nivel más profundo, las historias filosóficas les dan herramientas internas para afrontar las dificultades de la vida y lidiar con cuestiones cotidianas o existenciales, como los sentimientos de frustración, las pérdidas, la muerte, los miedos, las injusticias; les permiten observar las posibles consecuencias de sus actos; les ayudan a ampliar la imaginación y tener una actitud más flexible y positiva, viendo que hay diferentes modos de resolver situaciones y problemas.
Estas joyas de la humanidad, que fueron transmitidas de generación en generación, siguen vivas entre nosotros. Tenemos derecho a conocerlas, escucharlas con placer, disfrutarlas, compartirlas en comunidad y aplicar sus enseñanzas en nuestra vida cotidiana. Porque, como dicen los juglares que cuidan las historias del mundo, “los cuentos no fueron hechos para dormir a los niños sino para despertar a los adultos”.
Parece una hermosa experiencia, ojalá pueda participar de algún futuro encuentro! Gracias por compartir con nosotros